jueves, 8 de octubre de 2009

Mi Primera Navidad


Otro afiche para una obra de teatro..


jueves, 2 de julio de 2009

El ángel que dejo caer su arpa

Nunca me había atrevido a hablar acerca de lo que me pasó hace tantos años. De todas maneras, ahora que lo recuerdo me parece una fantasía, un sueño o algo creado por mi imaginación, pero tan auténtico y tan perdurable en mi mente a partir de ese acontecimiento lo rememoro como el instante más maravilloso de mi vida y definitivamente real. Creo que me envidiarán los que lean acerca de estos aconteciemientos, pero les juro que me apego a hechos reales y comprobados. de los que mi memoria guarda celosa en algun lugar de mi cerebro. Hubiera querido contarlo desde antes, cuando era joven; cuando mis amigos todavía estaban cerca de mí. Ahora, viejo y solo, en este lugar repleto de cucarachas que por las noches canturrean al unísono, mientras devoran el banquete de la despensa, no me queda más que esperar, esperar el momento en que frente a frente le devuelva su arpa al ángel que la dejó caer mientras caminaba por la avenida más transitada del pequeño pueblo donde siempre he vivido. Era como una persona común y corriente, con la diferencia que tenía dos grandes alas incrustadas en su espalda. Era de pequeña estatura, delgado, mirada alegre y fácil sonrisa. Lo que más me impresionó fue el brillo que emanaban sus alas, como si hubieran sido hechas del mismo material de las estrellas. Todavía me pregunto por qué las demás personas no lo notaron. La primera vez que lo vi, fue cuando subía al autobús y se sentó hasta el ultimo asiento. Tampoco puedo imaginar por qué un ángel tendría que utilizar un autobús para movilizarse, en donde sus alas apenas cabían al pasar por la puerta y todavía estaba más incómodo al sentarse en el asiento de cuerina, percudido por el uso y gastado por el roce con infinita cantidad de personas. Quedé conmocionado. También, a partir de ese día mi precepción de los angeles cambió, porque al menos el que yo vi, no era nada parecido a los modelos anglosajones de las pinturas y a los cuentos bíblicos que aprendí de memoria en la iglesia del padre Franciso. La curiosidad se apoderó de mí, y en todo el camino no pude quitarle los ojos de encima. Sus ojos eran negros, se podía viajar en ellos, su sonrisa era divertida con dientes desorientados, parecidos al tumulto de gente que se agolpaba en el autobús uno sobre otro. Mi primera impresión fue no creer en esa imagen del ser sobrenatural viajando con los mortales en un autobús, por eso al ver que se bajaba en el centro del pueblo, me abalancé a la puerta para salir y seguirlo con la curiosidad como guía. Seguía con el alma en un hilo, al ver que la gente pasaba a su lado sin notarle mientras él se movía como un pez en el agua en el océano de gente; seguían con sus vidas ocupadas, pensando en su trabajo, en su mundo, en lo demás que no fuera el milagro que sus ojos tenían en frente. Llegamos a la avenida más concurrida. Lo estaba perdiendo de vista y la multitud se cerraba más entre nosotros. Lo último que alcancé a ver, fue que entre el desorden su arpa se resbaló de su cintura donde la tenía sujetada con un cinturón. Logré salvarla de la estampida de pies sin consideración por el instrumento caído. El arpa era muy pequeña, azul, tan sencilla que parecía lista para la chatarra, sólo tenía seis cuerdas un poco herrumbradas, pero que le daban un exótico complemento al sonido metálico de las cuerdas. La guardé en mi bolso con la intención de devolverla a su dueño, en el momento que lograra divisarlo de nuevo. Seguí con intuición más que con orientación el probable camino que tomaría el alado, pero todos los esfuerzos por encontrarlo desde ese día en adelante fueron inútiles. Por mucho tiempo la búsqueda del ángel fue la prioridad en mi vida. No había momento en el que no cargara el arpa, ya que en cualquier momento se podía repetir el milagro de ver de nuevo a su dueño. A veces viajaba varias veces en un mismo día en el mismo autobús con la esperanza de verlo otra vez, o caminaba varias cuadras antes de llegar a mi casa para transitar por la avenida en donde el ángel dejó caer su arpa. Creo que aun en mi vejez, lo buscaba en la gente que me visitaba. A todos lo que venían les acechaba con preguntas como, si habían visto al joven que busca un instrumento musical parecido a un arpa azul, en la avenida más concurrida del pueblo. La respuesta siempre fue negativa, acompañada con un gesto de benevolencia y de burla hacia mí, como pasando por alto mi supuesta locura senil. A mi edad ya no puedo salir todos los días de mi casa. Los pocos momentos que salgo a respirar aire es cuando mi artritis me da una tregua. Pero hoy es un día maravilloso, un mar profundo se vislumbra en el cielo. Las nubes no salieron, la brisa es imperceptible, apenas tenue como para sentir el cosquilleo de mis pocos cabellos sobre la cara. Camino por instinto al centro de la ciudad, de repente me encuentro parado en el mismo lugar donde hace 53 años, observé por ultima vez al ángel. Me siento en una banca vacía y recuerdo paso a paso cada instante de aquel episodio sobrenatural. No me gusta llorar pero confieso que en ese instante una lágrima me traicionó, una ráfaga de lucidez pasó por mi mente. Nunca había comprendido por qué las personas en aquel momento no pudieron ver al ángel, y tardé medio siglo en enterarme. Tomé el arpa inseparable, toqué una bella canción improvisada que nunca pensé que pudiera tocar. La gente se paraba a escucharme, hacían un círculo alrededor de mí y se veían felices, parecían niños de nuevo, habían olvidado sus preocupaciones y abrieron su corazón al milagro de la melodía. Y acepté de buena gana el regalo que era para mí y que hace 53 años el ángel me dio cuando dejó caer el arpa en la avenida mas transitada del pequeño pueblo donde siempre he vivido.

miércoles, 17 de junio de 2009

guisado de ternero

Estos son unos afiches que hice para una obra de teatro..





martes, 16 de junio de 2009

Corro

Esta lloviendo, el manto del cielo triste no hace mas que recordarme el día en que no veía tus pasos delante de los míos. Quién se alegra de que la lluvia caiga? No seré yo el que gozoso sienta en mi cara sus frías y celosas caricias, que en otro tiempo me entretenían, pero que ahora, en venganza por mi amor, son gotas suicidas con la peor de las intenciones. Está lloviendo más, creo que no saldré de acá hasta que su furia sea menor o que en un descanso recurrente pueda correr sin destino aparente, mas en mi corazón sé con seguridad mi final.
La lluvia me ha dado una tregua, quiero escapar, escapo, salgo aterrorizado con la duda como aguijón punzante, la incertidumbre de encontrarme nuevamente con mi enemiga. Corro deseperado, y mientras mis piernas hacen lo posible por huir de lo inevitable, recuerdo vagamente los momentos en que te sentía, la visión es borrosa; la lluvia borra los buenos recuerdos y abre las heridas que pensamos curadas. Mis fuerzas se acaban, no siento el cuerpo, me dejo caer contra el suelo; al menos la lluvia cesó (es lo que pienso), no debo de preocuparme, pero tardo en pensarlo y como si leyera mi mente, empieza su lenta venganza. Escucho sus pasos fuertes en las nubes, su risa ilumina todo el cielo, y como si estuviera buscandome, me encuentra y sin compasión siento sus largas lanzas atravesando mi cuerpo que al fin se rinde ante la esperanza de verte nuevamente.

jueves, 26 de febrero de 2009

Del cabús y semejantes

No se siente en los asientos de atrás, me decía mi mamá cuando nos montábamos al bus. Como todo buen niño, no dudaba de la palabra de mi santa madre, y aunque lo dudara, esa mirada de todas las mamás, que aún me asusta cuando la recuerdo, me obligaba a sentarme en las primeras filas.

Pecadores, borrachos, marihuanos, asaltantes, toda clase de monstruos capaces de cualquier atrocidad, ocupaban ese lugar sombrío, final del pasillo metálico corroído, que por miedo infundido, temí por mucho tiempo. Era como si el servicio de transporte público se partiera en dos mitades.

Los asientos traseros son lugares despreciados. No hay nada más gratificante que estar al frente, ser el que llega primero, triunfante, tirarse un pedo y que lo huelan "los de atrás"; esos, los que hablan en voz alta, los que comen pollo frito, los que cuentan sus pocas monedas para pagar el pasaje, los que huelen los pedos que se tiraron los de adelante.

Pero la casualidad (o la impuntualidad), dejó sin espacios mis lugares comunes y me obligó a ubicarme en ese mundo desconocido hasta ese momento.
Y ahí fue cuando entré al hábitat de los delincuentes de los que mi mamá me advertía nunca me acercara. Grafiteros estudiantiles coloreando los asientos, ancianos hablando de sus vidas, mujeres hablando de cómo sus maridos les son infieles y cómo ellas engañan a sus maridos, la loca del barrio coqueteando con cualquier macho que le mire, el chisme entre las señoras, los olores mezclados.

De esa forma es como encuentro tanta similitud entre el cabús, que es el último vagón de un tren y los últimos asientos del autobús. Los dos tienen incontables historias. Todas interesantes. Historias que son de todos y que todos conocemos, vistas desde la perspectiva de los asientos de atrás, las cuales trataré de recopilar y transcribir para todos ustedes, que como yo, alguna vez decidimos sentarnos en el cabús.